mardi 6 mai 2008

Neron y la catedra de Roma (poême espagnol)

Nerón y la cátedra de Roma
o
El arte de molestar al sabio.
Manuel Montero, verano,- 99.




Personajes:
Popea
Pedro
Séneca
Nerón

PRIMER ACTO
Estancia de Nerón y Popea, con un altar de Isis o Venus, y con una notable cama de frente al público y algo inclinada hacia éste, de modo que se vea sin
dificultad a los que en ella se acuestan. Salvo Pedro, que entra por la derecha, los demás personajes entran por la izquierda. El texto de este primer
acto se presenta a sí mismo como fragmentario; los puntos suspensivos marcan lapsos de tiempo no significados aquí, de modo que atraviesan con su
apertura un texto que exige ser interpretado. En el Albaicín y en Navatejares, donde fueron escritos, usé una grabadora para ajustar el verso a mi ritmo
respiratorio, algunos versos fueron cantados. La grabadora se atascaba, y se perdieron fragmentos preciosos sobre los que nada recuerdo. Popea está
haciendo una ofrenda a la diosa, tras lo cual se tiende en el lecho.


Popea: Grato, oh dioses, benevolentes, este sacrificio que os hago, séaos grato con la gratitud furiosa de los héroes, pues para vuestra pequeña
Popea y, con ella, vuestro consentido Nerón es, verdaderamente, la consumación de la felicidad poder amar por encima de las razones de estado, por
encima del presunto destino.
Amante, tan sólo Nerón puede considerarse imperioso, pues el imperio...
...porque sólo Nerón ha vencido por su voluntad las restricciones del imperio responsable. Ya le imponía su cargo un matrimonio de
conveniencia, y sin embargo, por mí, por medio de mi persona ha podido conocer el amor, deliciosa ceguera.
Sólo cuando una pareja luce por confrontarse con el vaticinio popular, cuando el pueblo, como Edipo, se interroga por el misterio del lecho
demasiado abyecto a sus ojos, sólo entonces luce, como dios alado, el amor.
Es ese irracional odio de la mayoría el que hace que se cumpla la magnitud del secreto conyugal.
Nerón pronto llegará y yo, en esta lúcida lascivia, impoluta de lo común, le espero con el clítoris ardiente, acrótera de este templo que le he
destinado, que, mujer, estoy llamada, a su fortuito pero delectable lado, a ser divinidad en la bóveda celeste.


Entra Pedro inspeccionando el espacio en todas sus direcciones.


Pedro: Veo sobre mí los astros maledicentes, sus impuras felicidades, representados en ellas con cachondo pincel.
No me ha sido difícil penetrar en la domus aurea, ya que el oro está sujeto al misterio de lo escondido, que se manifiesta y su poder
decrece en mezclas... Por designio del Ungido llevo siempre entre mis poderes las llaves que lo abren.

Popea: Contigo, impúdico desconocido, se ha adentrado la fealdad de la carne de dominio, insolente plaga, filtrándose yo no sé cómo en mi silencio
interior.

Pedro: He venido por la cloaca, fácilmente, desde la catacumba que me resguarda de las humanas persecuciones. Y no lo he hecho sino con el
designio de acercar la perla del pléroma a aquellos que inextricablemente mi sensibildad me revela misericordiosos.

Popea: Explícame convincentemente por qué testimonio viene el sudor y el polvo de tu afán a estorbar mi soberana delectación.

Pedro: Este trabajoso camino... la humanidad va dando los pasos vaticanos... se convertirá... en una nueva Jerusalem.

Popea: ¿Eres un mago judaico?

Pedro: De Galilea soy, Pedro me ha llamado el señor.

Popea: ¿El señor? ¿Conoces otro señor, servil insolente, que éste?

Le muestra un camafeo de Nerón.

Pedro: Pues... no, pues no.

Popea: Entonces, ¿a qué se refiere tu lengua proterva?

Pedro: No a Minerva, ni a Ceres, ni a algún otro de tu parentela, oh, diosa entre tus ciudadanos. A algo más profundo y escondido pero a la vez
manifiesto en mi palabra, me refiero.
Al hijo de un dios celoso, en tanto que hombre que ha sido por su sangre, pero que fue engendrado por otro dios menos celoso y menos
deforme, al hijo se refire mi lengua, quien ha comprobado en sí mismo la muerte, habiendo sido injustamente castigado, por obra de
potencias oscuras, entre los hombres, que pretendieron escarmentar en él a la progenie de la inmortalidad.

Popea: Ponen en mis oídos, tus palabras, un sonido seco y maduro. Prometen otra cosa distinta de la complacencia, de la adulación bifaz, querido
anciano. Ven a mi cama. Sentados aquí, podemos, despacio, departir de cosas distintas, diferentes del monótono quejido de los cortesanos.

Pedro: Oh, Popea, sólo con la intención de que mi milagrosa llave te abra a un mundo de luz, he de compartir contigo ese pulcro lecho que te han
aderezado tus esclavas.

Se sienta en el lecho junto a Popea. Hace su entrada Séneca.

Séneca: Perdona, emperatriz, Nerón quizá como de filósofo o de sabio, reclamaba mi consejo, creía yo.

Popea: No importa, al hilo de tu llegada puedo, si condesciendes en el lecho, hacerte trabar conocimiento con este otro anciano, que, a modo de
prédica, promete contactarnos con un dios que ha muerto, del cual sin embargo es él depositario. Y especialmente de unas llaves misteriosas que
intercomunican los mundos.

Séneca: Debe bastarle al hombre, como Dios, con la Providencia divina o Protennoia, que lo aproxima a los cielos.

Pedro: Toda diosa, dicho sea de paso, se encuentra en necesidad de la masculina divina presencia. Pues la mujer, oh, Popea, y tú, bienvenido
contertulio, la mujer carece de esa cosa recta, esa cosa derecha, ese prurito...

Popea: Bien sé de lo que hablas.

Pedro: Y sin embargo, insisto, no como mujer lo sabes.

Están los tres en la cama. Nerón entra en la estancia.

Nerón: Hacedme sitio.

Popea: Venga aquí la poesía a castigar a los filósofos.

Nerón se acuesta al lado de Popea y de los dos sabios.

Séneca: Oh, Nerón, ve como la incompletitud se malogra en el aditamento. Este que está en el lecho junto con nosotros es un pseudosabio que alucina
la ciencia queriendo incorporársela.

Nerón: Me propongo como siempre la mayor delicadeza para con los invitados de Popea.

Pedro: De manos femeninas espero que recibas la ciencia, pues, si me dejas, yo me propongo hacer de tu Popea una gran virtuosa.

Popea: Me encantan las flautas.

Pedro: La fe es más preciosa que el oro.

Popea: Así espero yo que se me tenga en esta casa dorada, por más preciosa. Siendo yo Pistis, y vosotros, filósofos, los caninos Fidos.

Pedro: Desde luego, pues en tu núcleo, no de oro estás hecha. Porque todo nacido de mujer tiene en sí una más incorruptible luz.

Séneca: Observa, pupilo, cómo este pseudosabio dirige su prédica, no al varón, sino a la caterva de las mujeres.

Nerón: Mientras sea poético...

Pedro: Oh, Nerón, examina la gracia por los profetas a tí destinada.

Séneca: Al sabio nada le está destinado.

Nerón: Permite, oh, Séneca, que hable, pues, este profeta.

Pedro: Yo solamente predico la obediencia a la verdad.

Nerón: Valorad, sin embargo, cuánto no os superaré yo, que vuestra Parca está suspensa a mi arbitrio.

Séneca: Estamos unidos, como Humanidad, en esa carrera obitual.

Pedro: Sin embargo la muerte nos convoca a muy diferentes parajes.







SEGUNDO ACTO

Nerón se ha vestido de piel de leopardo, piel que incluye la cabeza de la fiera. Pedro tan sólo lleva un paño de pureza. En el escenario uno o dos
músicos se encargan de hilvanar la escena con un cierto hilo musical.


Pedro: Quien ha recientemente
derramado su semen
puede de dos respiraciones
tener una,
en la selección de una u otra,
la cortada y perpleja
o la profunda y longividente,
reside o no la aptitud a la baraja,
a la fórmula, o al cuidado.

Nerón: Con la llaga descarnada
de tu mórbida mano
recibo de Venus abrupta
este pan.
Yo le introduzco
pequeños bocados
que llevo en mis dientes
desbarajustados.
Cuando el rey y su
leal consorte
se vuelven negros y cenicientos,
juntos deben escalar la cima inasequible
de una cordillera amontañada
de tumores y maldiciones de la medicina.
Oh, Esculapio, venimos
ambos a implorarte
unas cuantas horas
de sueño, el recuerdo
que enciende nuevamente
la casa, la prueba
de nuestra felicidad.

Pedro: Qué bien se me abriría
representar ahora el papel
de un Cristo.
Pero me resultan
brutales
sus ojos espectantes,
tan enfermizos.
Prefiero el aliento
atosigado y preciso
del émulo de Caín.
Pues Caín ha vuelto al
mundo para solventar la mengua de su sacrificio.
Las deudas contraídas
antes del Diluvio,
siquiera sean minucias
que no alcanzan,
están siendo escritas
por un escriba perfumado
con bálsamos rituales,
y luego se pondrá muy claro
para que lo vean en el centro
de todo.
Su hermano era cabrero, de
mirada hosca entre las matas de
cejas. Incineraba
rebaños enteros de animales
en un día o un mes de arrebato.
Luego se refrescaba la cara,
tras haber diluído tanta sangre
adherida.
Y no le quedaban deseos
cleptómanos, ni apetito.
En todo caso
nuestros sentidos desbocados
y nuestros vicios...

Nerón: Me está incomodando la inconstancia
de este sabor de las voces en mi paladar.
Porque mi soledad se nutre
de cantos. La voz se desnuda
para el baño,
se desconoce en la armonía
de los cielos.

Pedro: En el hijo las paternales
osadías
se liberan del manto
que las opaca.
Si te pregundas acerca
del Padre,
descubre a tus ojos eso que avergonzado
ni siquiera conoces.

Nerón: La desmesura me hará
proscrito
y para que lenguas futuras
inflamen las palabras de
mi propia creación
he de sentir cómo, de qué
modo, me estoy desplazando
continuamente por un
paraje vacío,
en apariencia de niño.
Llevo un libro cerrado en
mi andar inexperto
y a nadie por fuerza le dejo
abrirlo, pues no han de
leerme los ojos de este mundo.
Sobre mi silencio se construye
una era.
Canto gritos de silencio,
me apresuro a ganar
laureles tan sólo destinados
a mi olfato
y desde el cielo en que estoy
llamado a gobernar
veré sustituirse por cuerpo,
por caracterismos,
mis esfuerzos de persistencia
en la memoria, en mi
propia memoria,
tesoro calcinados en
los trabajos de la mente.

Pedro: Cuánto de verdad,
sorprendentemente,
ausencia peremne de sentido,
es que resulta equivalente
el conocimiento del Oculto
a verte y conocerte
a tí que por siempre estás
presente.

Nerón: Quiero inaugurar un orbe nuevo
donde los tesoros del presente
se sepan,
donde, como en una estancia
iluminada por fogosos candelabros,
sea a la luz de mi palabra
espléndida
visible el fruto de su origen.
Este orbe nuevo
no viene a revocar los antiguos
cultos, mi respeto por los
misterios,
incluso mi timidez,
han de ser manifiestos,
sino que lo consume
en florilegio, en la divina
redundancia del imperio poético.

Pedro: Hacer mundos es
deleznable artesanía.
Bien te convendría
conocer un arte
hecho para trascender
a lo increado.

Nerón: )Acaso se puede estimar
en más que en ser causa
de muerte, como un abismo,
la grandeza que trasciende
lo humano?

Pedro: Sobre un jergón
habilitado los días
especiales
para reposo
efectúo sin parsimonia
el sacramento de las nupcias.
Es un estar reiterado
en mezclarse de dos
simulacros.
Así se acerca María,
tambaleante, a Dios,
como nos aproximamos
en carne tras diluvio
resurrecta
mi esposa, que es como
el luminoso ápice de lo
corporal, y yo, que por mí
no soy nada, a lo menos una
piedra.
Pero el niño es el pan,
hijo divino de harina
amasada, que muele
desde la semilla el molino.
Este alimento que
es el cuerpo del niño ha
de ser con equidad compartido.
De sus venas libamos vino herido.
Esta es la religión y ésta
la hechicería,
que hagamos con nuestro
Padre lo que el cielo maldice.

Nerón: Bien entiendo ser
tu ritual promesa de una
voluntad negada.
Pero escasa es la virtud
sin voluntad y es antes
superchería.
Yo amo a Popea de otra
manera. Le entrego como
a divina tutriz la semilla
de un dios nuevo, sacrifico
mi parte en aras de la sabiduría.
Porque ella que es maestra,
ella lo es por compartir
como discípula del númen
la chispa del divino estar.
A ella ríndole culto propiciando
sus sueños, que con espectación
espero ver brotar
del cuerno elefantino.

Pedro: Son las nupcias
del otro mundo
siendo de cristal.
Asequibles
al ser humano,
no importa cual.
Lo atraviesa
la luz divina
ultraterrenal.
El alma
se sube en medio de danzas
a la escala musical.

Nerón: Yo no encuentro
tan cómodo tu lecho
de cristales.

Séneca: Siempre se siente
más despacio
que el que lleva el mando.

Pedro: La intuición
se alimenta
con el conocimiento.
Toda esperanza
de curación
se inflama y arde
con la palabra.
Por eso desciende
en medio de disfraces
apasionados, sufrientes,
el verbo, burlador de los arcontes,
que tienen sobre nosotros
menos parva autoridad
y que imprimen
su máscara en los condescendientes.

Pedro: No haré donación
de la margarita del padre
al hombre hilético
sino que, como
emperador, le pagaré
el tributo por el que
testimonio la clausura
celeste.

Nerón: Mi teología ad hoc,
teátrica, espectacular,
todo lo abarca.
Miradas al cielo
que tan sólo captan
algún detalle,
porque no se pueden
entender
todas las acciones,
todos los aspectos,
de mi comportamiento,
pues bien claramente
observo,
en el vaho de mi imagen,
los trazos superiores.
Yo soy el teatro,
y es por mi persona
por la que se escucha
el orden, se escuchan órdenes
venidas del démon que me anima.
En cuanto al fin de los tiempos,
esa desilusión de todos los días en que se complace
la desdicha,
pocos y encanecidos
habrán de ser los hombres
y las venerables matronas
que asistan al óbito
de lo mundano.
El fin del mundo
será contractual, deseado,
en un páramo de aromáticas
y novísimas plantas. Por el paraje
casi vacío
veremos pasear, con
paciencia ansiosa,
a los rezagados santos,
al pequeño grupúsculo
humano,
deudor aún,
por unos cuantos días,
de la providencia etérea.
Habrán de reunirse
una última vez
para tener la plática
novísima.
La novedad final,
en forma de incendio
universal,
los ha de desnudar
de sus prendas
de ceniza.
Mientras haya castigo
existirá la vida sublunar,
de modo que la justicia
que represento,
por deseo de ser lugar
de mi última pureza, la
del orbe de plenitud,
a tí, que sedicioso
anuncias el fuego eterno,
me ha instituido a serte,
en un gesto
humilde, ejecutor de tu deseo.

Pedro: En mis ansias
de por el martirio
ser escenario de la escena salvífica,
en mis ansias de delirio,
de final delicado,
me asiste bajo la
máscara del mundo
el maestro peremne,
resucitado.
Soberbio y ciego yo,
si por repugnancia
de mi mesa me negara
a condescender
en bestias aún no benditas,
pues el paraíso
está en el verbo
del mártir.
Hay una llave
por la que el mundo
se hace tan ligero
que sólo
un eco cadente
invisible, inexistente
queda como poso
del que la carne
se desnuda.
Nos trasladamos, como somos,
a la plenitud ultraterrena.

Séneca: ¿Quién hay de tan soberbia
y desenfrenada arrogancia
que en esta inevitable
necesidad
de la naturaleza
pretenda que él y los
suyos hayan de ser
exentos, queriendo
libertar alguna casa
de la ruina
que amenaza a todo el orbe?

Pedro: Grande, sin duda,
es el misterio
de la piedad.
Pues nos vemos manifestados en la carne,
hemos sido justificados
por el Pneuma,
nuestra piedad
ha sido mostrada
a los ángeles,
predicada a las naciones,
creída en el mundo,
y ensalzada en la gloria.







TERCER ACTO
Se escenifica el cuadro viviente de la muerte de Séneca, en su bañera, y de Pedro, crucificado cabeza abajo, tras de lo cual se apagan las luces.

En un escenario sembrado de voluminosos bultos, Nerón va evolucionando como quien es perseguido e intenta despistar a sus captores. Con los últimos
versos desaparece por un lateral.


Nerón: He imperado
totalmente sobre los
sabios, haciendo que se
cuenten mis pareceres,
obligándoles...
Como quien viejo
pierde un diente, la
humanidad se ha de
doler de mi ausencia,
incluso si se propone
extirparme de su recuerdo.
El mundo pierde hoy
un gran artista, tanto como
creador, como cuanto creador
de futuro, esto es, intercesor.
Yo he intercedido, por más
que los cristianos crean
la muerte única intervención
de la persona en un mundo ante su propio juez, yo
he intervenido en el caótico
convite de los que
descienden del cielo.
En el momento final, parecen
predicar ellos, estamos
solos su Dios y
yo. Pero )cuál es mayor,
si yo me hago autor?
Solo con el Dios que
mis manos han modelado,
mi propia muerte. Oh, Cristo,
doble ridículo.
Por tí muere para mí
el mundo. Soy la imagen
de un desvelamiento.
Jesucristo de los idiotas,
ese eres tú, espejo deformante
de los vivientes.
El artista debe ser ateo para
actualizar la realidad, para interceder
por el mundo.
Cuánto me gustaría apartar
de mis labios esta copa
amarga del ser divino,
eludir el destino, tan
sacrificial.
Que el mundo sea
arpa, espada, o reloj, qué
importa, si no hay nada
más.
En los vericuetos del
espacio interatómico, según
decía Epicuro, moran los simulacros.
Y de éstos no hay
que preocuparse, puesto
que tampoco ellos lo hacen.
¡Quién sabe si yo allí
a donde voy no seré uno de ellos!
Ha venido el ojo a llenar
el silencio. Pensaba mi
estoico maestro que el ojo
tenía una ley y que estaba
habitando en la Naturaleza,
me ayuda el miedo de verlo
volver a la vida.
En cuanto al pedrusco
cristiano, ha de tener la
posteridad del íncubo.
¿Acaso la finitud del
odio ha venido a verificar
lo divino? ¿No habéis
rascado la cal del orbe para
descubrir negras piedras?
Ah, Pedrusco, qué gran mentira
tus novísimos anuncios,
un pedrusco
en mi masa encefálica
que yo debí cauterizar mejor.
Afectado moriste en
una cruz, queriendo darle
vuelta a los cielos.
Seguir viviendo es la
ofensa que te me aproxima.
Yo que trabé conocimiento
con las inteligencias
y ahora, desnudo de mi imperio,
sin sombra de voluntad me apresto a
elevarme.
Dulce como la sangre
ha sido la vida.
Como la abubilla,
como el jilguero,
he promovido al aire
el color de mi vuelo.
Los Icaros ficticios
corren a encontrarse en
la humillación
pero yo sin embargo
estoy invitado a los
techos, que el hambriento
poeta escruta desde
el pobre camastro.
Vocero de tranquilidad,
Séneca no alza ya más
el vuelo.
Alguacil de la cebolla,
el fantasma de Pedro,
Pedrusco oscuro, vagabundea
por los ministerios de la muerte.
Esta es nuestra posteridad.
No seré denostado ya que
otros lo dejaron.
Que los otros no se
equivoquen pensando que mi
mente se miraba a sí misma
pues lo que contempla mi
razón es el último mundo.
El ultimísimo mundo
lo incendiaron los cristianos.
Cristo será un Hermes
de rostro calcinado, sus
brazos me parecen los
tizones de un patíbulo ardiente, que
quema en un bautismo que echa humo.
No será el único
ni el último.
Por lo que a mí toca, yo no he delegado mi destino en más triste joroba. He consentido en encarnar el furor de los poetas.
Si cojéis una tablilla mía, veréis de mi puño y letra correcciones, notas al pie, paréntesis.
He sido leopardo en mi circo secreto, sin consentir en hacer de la fiera el representante de mi ojo.
Los mismos pensamientos los forma el ojo, anticipándose en la visión.
Si algo tiene la valentía es que la poesía se te impone.
Mio sea el desquite flamante de tener otra bandera.


Sale Nerón. Los músicos han ido dejando de tocar desde "por lo que a mí toca...". Final.

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