jeudi 21 octobre 2010

Dylan visto y oído por Abelardo Muñoz (transblog 6)

Hearing on night The basement tapes de The band (1966)

Las cintas del sótano
(Dedicado a mi amigo castellano Antonio Maestro, antropólogo, lector,
polemista
y viajero, entre otras cosas)





foto por Eve Livet
de un cuadro
de Manuel Montero




Aquella tarde descendimos mil metros a toda mecha hacia el nivel
del mar dando bandazos con nuestro Peugeot. En la ciudad
teníamos la chola como maracas demanisero cubano. El jet lag
que produce descender de la Sierra, los Montes
Universales, en Teruel.

Una vez repuestos, con dos buenos vasos de bourbon sin hielo
frente a nosotros y los pies sobre la mesa de caoba, Antonio
descubrió por casualidad en su caótica
discoteca nada más y nada menos que The basement tapes,
el legendario disco
doble de Dylan, Roberston y The Band de 1966.
Dimos saltos de alegría.
Cuando salió en la penínusla, la portada de aquel LP
nos fascinó de manera
absoluta. Una banda con aspecto de físicos y sabios majaras,
un travestí con una
pamela y en el otro extremo de la composición fotográfica,
de intensa emulsión
cromática, digna de Velázquez, una troupe circense
con su forzudo, su
trapecista, su payaso, su gorda, su enano y su esquimal.

El gran Dylan rasguea en escorzo una mandolina en el
extremo derecho de la foto
tocado con su sempiterno sombrero negro de copa
de vendedor de remedios del far
west.
Andábamos buscando música para relajarnos en el
lujoso loft de mi amigo cuando,
de imporviso y sin venir a cuento, Antonio se volvió
sonriente, con esa risa de
Nicholson en The shining que dibuja cuando
va a decir algo interesante, y me
enseñó como si fuera un valioso cuadro de Hockney,
el cd de The basement tapes.

Este colega me recuerda mucho a otro Antonio,
por desgracia en el infierno,
Maenza, cineasta, polígrafo y subversivo muy leído
que fue mi amigo del alma
pues me enseñó cantidad de cosas. Era un experto
en robar Lps en aquellos años
70 en que la gente aun estaba en babia
aunque el disco costaba tan caro como
ahora el CD; y los libros también.

Así que hubo una época en que algunos malandros
considerábamos revolucionaria la
incautaciónde material cultural y artístico.
Antonio Maenza era capaz, ataviado
con una americana negra de ante, de mangar
ante las narices del librero El
capital en tres tomos y, recuerdo con admiración,
un tomazo de kilo de los
ensayos políticos de Antonio Gramsci.
El caso es que aquella noche de octubre, recién
llegados del macizo ibérico,
Antonio y el que esto escribe nos repantigamos
en su sofá de piel de becerro
blanco y pinchamos las cintas de los sesenta.
Cuando nosotros eramos unos
chorbos, malandros y pelaos.
No se nos escaparon las lágrimas de milagro
porque las canciones de ese disco;
bellas, animosas, esperanzadoras,
son la banda sonora de nuestra primera
juventud.

Dylan y los suyos quisieron celebrar
con aquellas sesiones grabadas en los
alrededores de New York City. Otras
cintas del sótano celebradas en 1956 entre
Elvis, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis y Johnny Cash.
Sobran las palabras, pues
eso es tanto como reunir a tomar una paella
en El Cabanyal a Nietzsche, Marx y
Freud juntos.
Las cintas del sótano fueron uno más de los
fascinantes elepés que animaron los
últimos lustros del agobio fascista.

Escuchar ahora esas canciones tan variadas
y alegres, no supone un ejercicio de
nostalgia sino puro placer de comporbar
que esa obra es inmortal,
extraordinaria. Como cualquier concierto de piano
de Beethoven, y eso es mucho
decir, amigos.

The Basement tapes posee una producción espectacular,
variedad instrumental y
entusiasmo en sus músicos.
¿El contexto? Sexo, drogas y rock en sus comienzos
más las guindas de la guerra de Vietnam,
Ginsberg, Los Black Panters y
Berkeley.

A nosotros, los hijos del baby boom, nos la
pendulaba la guerra fría y lo que
queríamos es ser como los chicos de Londres
y Nueva York. Tardamos aun muchos
años en conseguirlo. Pero ahí está Dylan, Robbie Roberston,
Rick Danko, Richard Manuel y otros para demostrar
que la subversión, la creatividad y el arte
popular vienen de muy lejos.
Cuando Antonio y yo ya levitábamos de gusto
con esa virguería de pieza de gran
título “Yea! Heavy and bottle of bread”,
yo recordé: “Oye, tronco, a partir de
ese disco comenzamos a fabricarnos el yazoo,
con caña de escoba y papel de fumar
y lo tocábamos en nuestras inofensivas raves de los 702”.

Oscurecía sobre la ciudad cuando llegamos al éxtasis
con el último tema de la
obra “This wheel,s on fire”.

Desperté del sixteen dream is over
y me volví hacia Antonio: “Anda, pásame el
joinde esa congoleña que huele a mierda de cabra,
que te estás quemando las
uñas, buey”.
Fuimos felices aquellas noche, diantre.
Abelardo Muñoz
Barrio del Carmen, 21 octubre 10

Aucun commentaire: