mardi 4 octobre 2011

frutas son las carnes


Las señoras y señoritas en torno al circense

adivino se apiñaban

y todas le preguntaban

que mirase en el vino o en el agua corriente

qué cosa era, qué primera quimera

se habían perdido

en el amor herido

el mago suspiraba y mal despierto solo pedía

que le pagasen dos cafés y le dejasen

un beso estampado en la tarjeta de visita y un día más en Madrid

porque del veneno de la vid y del espejo intangible de la nube

nada sube y nada se compara al bueno y al viejo café

que sirven en el Gijón, como si nada.


Mi novia es una pelusita, un vulanito del viento,

mariposea entrevestida y tiene frío,

Venus Afrodita, pobrecita.

Si tacones, si crótalos, si una guitarra,

el tiempo debajo de la parra

era para ahora,

y es la zarzamora y el madroño

del hotel más impensable de Madrid

donde se quedó nuestro amor de otoño.

El idilio es breve como la sesión

de sensaciones de una sala de espera,

y todo lo que pueda contar parece ñoño,

pero a menudo circula como la moneda

y contenta las miserias y es propina

de un encuentro previsto

o de un perfume de menta y de una rosaleda.

Frutas son las carnes en la seda,

alegres hojas secas

las inconsecuencias de los últimos solaces,

sin que nadie se haya dado cuenta

de que la escoba discreta de la tarde

se lleva para cenar el soso misterio

de tanto poema y tantos olivos olvidados de la adolescencia.

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